Yokohama, Japón - En un brillante y cálido día de otoño en Yokohama, Su Santidad dedicó toda la mañana a una serie de audiencias, tanto privadas como colectivas, con grupos budistas del Tíbet y Corea y Mongolia que habían viajado grandes distancias para verlo. Al encontrarse con unos 150 tibetanos que se habían reunido en largas filas en el suelo para saludarlo (sosteniendo imágenes del Buda, secándose las lágrimas, uniendo sus manos en oración mientras él hablaba), subrayó lo mucho que la filosofía budista, tan vasta y profunda, se conserva únicamente en el idioma tibetano. El sánscrito, después de todo, está muerto, y ni el chino ni el hindi contienen estos textos.
Así que el idioma tibetano es indispensable para todos los budistas serios, especialmente en la tradición de Nalanda. Y la filosofía budista, así como la psicología budista, están muy solicitadas en el mundo de hoy. Así que un tibetano vivo es igualmente esencial para todo el mundo. El budismo no sugiere que la redención viene de un Creador y de la devoción a ese Creador; sino que enfatiza el «entrenamiento de la mente», y la forma en que todos somos creadores de nuestro propio destino. Así, instó a los tibetanos a mantener su espíritu, su lenguaje y su filosofía.
«Los chinos tienen un buen desarrollo material —concluyó—, y nosotros hemos avanzado en lo que se refiere a la paz mental. Así que el pueblo chino puede ayudarnos cuando se trata de desarrollo externo. Y en términos de desarrollo interno, nosotros podemos ayudarlos a ellos».
Cuando Su Santidad se reunió con un grupo de coreanos, que incluía al jefe del Consejo de Ancianos y a otros monjes superiores de la orden Jogye, que representa al 95% de los budistas de Corea, el líder de la delegación se disculpó por el hecho de que Su Santidad sólo tenía una simple silla para sentarse. «Me gusta estar en igualdad de condiciones —respondió Su Santidad con vigor—. Incluso el Buda dio charlas sentado en las rocas o en los bosques. Nunca ordenó a otros que le trajeran comida; él mismo hacía rondas, mendigando con su cuenco extendido».
Después de un breve almuerzo, Su Santidad se dirigió a otro grupo de Corea y recordó lo impresionado que estaba cuando escuchó cómo alguien le dijo una vez al Primer Dalái Lama: «Irás a una Tierra Pura». Y él había respondido: «No quiero ir a la Tierra Pura. Quiero servir donde se me necesite».
Con eso, entró en el enorme y ultramoderno Salón del Pacífico de Yokohama, abarrotado hasta el fondo del balcón y del segundo balcón, para dar una charla pública sobre «Compasión: La clave de la felicidad». De pie en un podio, Su Santidad comenzó con un breve discurso sobre sus principios fundamentales y sobre la necesidad, en un mundo marcado por la violencia, de ir más allá de las divisiones, a un nivel humano en el que todos seamos uno. La unificación, la unión, la unicidad fueron sus temas durante todo el día, ya sea cuando hablaba de la unidad política que es la Unión Europea o de lo que nos une a todos como seres humanos.
«Cuando te estás muriendo —dijo Su Santidad—, un anillo de diamantes caro no te va a ayudar. Pero un amigo, un grupo reunido a tu alrededor con un espíritu de amor y compasión, eso sí puede ayudarte».
Ampliando esa noción de un anillo de diamantes invisible, como se podría llamar, la joya de los valores internos, que paga dividendos en términos de felicidad y paz mental, subrayó una y otra vez el poder de la mente para guiarnos hacia la verdadera felicidad. «La religión sólo existe en la sociedad humana —señaló—, lo que sugiere que podemos usar nuestra inteligencia para encontrar razones para ser compasivos». También insistió mucho en el estudio. «Usa tu mente y los grandes textos para hacer cosas que ningún otro animal puede imaginar».
Abriendo la palabra a las preguntas e instando a los interrogadores a ser informales e incluso críticos, ya que: "¡Me encanta la crítica! Porque entonces tengo que tratar de buscar razones para mi pensamiento!», encontró filas de treinta o más personas en cualquiera de los pasillos principales, esperando para preguntarle acerca de cómo superar la ira, de cómo encontrar la paz de la mente, de cómo despertar la naturaleza de Buda.
Interrogado sobre el diluvio de información de estos días, que puede hacer difícil olvidar las malas noticias, señaló que los asuntos mundiales son siempre negativos y positivos. «No hay razón para estar desmoralizado. Puede que haya algunas cosas malas, pero hay muchas razones para estar feliz y agradecido».
Una y otra vez, enfatizó los poderes de la mente. Cuando un extranjero le preguntó sobre cómo enseñar el poder de la escucha, le recordó que los budistas no creen en recibir alguna lección de otra persona. «Como dijo el Buda, "Tú eres tu propio maestro"». En otro momento, citó tres tipos de sabiduría en tibetano: «Sabiduría que proviene del estudio, sabiduría que proviene de la reflexión, sabiduría que proviene de la meditación».
Cuando se le preguntó cómo se mantiene feliz, Su Santidad dijo simplemente: «Meditando en la compasión y en la vacuidad. A veces puedo estar triste, pero medito en la vacuidad y en la compasión, y las lágrimas de alegría comienzan a fluir. Los pelos se me erizan en el brazo».
La verdadera alegría no procede de la experiencia sensorial, que no dura, sino del entrenamiento de la mente. La música, por ejemplo, nos hace felices mientras está sonando. Y luego se detiene y nuestra felicidad se desvanece. Pero el tipo de alegría que viene de meditar en la vacuidad no ha de morir nunca.
Sean realistas, le dijo al público: en el momento en que nacemos, empezamos a morir. Estudien e investiguen y mírense a sí mismos. Y nunca olviden la confianza en ustedes mismos. Mientras una japonesa tras otra se acercaba al micrófono, una para preguntar sobre el suicidio, otra embarazada y preocupada por el mundo que esperaba a su hijo, Su Santidad las miraba con gran afecto y les aconsejó que no se preocuparan.
Había visitado la zona de Fukushima en el norte de Japón después del tsunami y el desastre nuclear que devastó la zona en 2011, dijo, y no había nada allí. Luego regresó y encontró que la gente ya estaba empezando a construir casas y a devolver la vida a la región. «Mientras digan: "Me rindo" —aconsejó—, no podrán hacer nada en absoluto». Pero mientras recuerden el potencial de la mente, mientras estudien y escuchen y recurran a las fuentes permanentes de sabiduría, nunca olvidarán que pueden hacer casi cualquier cosa.