Bodhgaya, Bihar, India - Esta mañana, Su Santidad el Dalái Lama llegó al terreno de enseñanzas de Kalachakra, saludó a la multitud, saludó a la estatua de Buda situada detrás del trono, saludó a eminentes lamas y tomó asiento. Un cuádruple grupo de taiwaneses (monjes, monjas, laicas y laicos) se sentó ante él y recitó el Sutra del corazón en mandarín. Siguió una segunda recitación del mismo texto en tibetano. Se sirvió té y pan.
«Para otorgar la iniciciaón de permiso de Manyushri esta mañana —anunció Su Santidad—, tengo que hacer algunas prácticas preparatorias. Mientras lo hago, les ruego que reciten el mantra “Om ara patsa na dhih”.
»El Buda, como una montaña majestuosa dotada de todas las cualidades, se convirtió en Buda como resultado de acumular mérito y sabiduría durante tres eones incontables. Alcanzó la Budeidad bajo el árbol Bodhi, cerca de aquí. Fue un maestro que reveló la verdad y el camino hacia ella tal como son.
»Cuando decimos tomo refugio en el Buda, reconocemos la posibilidad de derrotar todas las impurezas, de alcanzar la verdadera cesación. Cuando Buda nos dijo: “Tú eres tu propio maestro”, quiso decir que debemos practicar. Su poderosa afirmación nos dice que el futuro está en nuestras manos. No es que otra persona pueda o deba practicar en nuestro nombre. Damos vueltas en el ciclo de la existencia porque nuestras mentes son ingobernables. Existen antídotos contra el sufrimiento y sus causas. Aplicándolos podemos purificar nuestra mente, y eso es algo que no debe dar ánimos.
»En cuanto me despierto por la mañana, recito la estrofa para tomar refugio y generar la mente que aspira al despertar, lo que me da fuerzas para trabajar por los demás. Así que, al igual que yo hago del cultivo de la bodichita mi práctica principal, ustedes, mis hermanos y hermanas del Dharma, deberían hacerlo también. Les aportará paz mental y bienestar físico. El ritual del voto dice:
»Tras generar la suprema bodichita, tomo a todos los seres como mis invitados. Que, entregándome a las mejores prácticas de los bodisatvas, pueda iluminarme para beneficiar a los seres.
"Insto a todos ustedes a cultivar también el deseo de beneficiar a los demás. Por muchos años que me queden, me dedico a extender mi mente que aspira al despertar.
Al comenzar con el proceso de concesión de la iniciación de permiso de Manyushri, Su Santidad explicó que siente especialmente cercano el mantra Om ara patsa na dhih. Lo escuchó por primera vez cuando tenía tres o cuatro años y visitaba el monasterio de Kumbum. Allí fue testigo de cómo jóvenes monjes, no mucho mayores que él, recitaban el mantra mientras realizaban postraciones. Fue el primer mantra que captó su atención y aún mantiene el recuerdo muy vívido. De hecho, sigue recitándolo todos los días.
La congregación ofreció un mandala a modo de súplica para recibir el permiso. Su Santidad comentó que se sentía muy afortunado de poder otorgarlo en este lugar sagrado asociado al Vajra-asana, la sede de la Iluminación. Mencionó lo eficaz que le había resultado recitar el mantra Om ara patsa na dhih para afinar su propia inteligencia.
Señaló que en la práctica budista es importante poder utilizar la inteligencia para desarrollar la sabiduría. Esto es muy necesario cuando se trata de derrotar las emociones nocivas y sus huellas, que funcionan como obstrucciones al conocimiento. Citó unas líneas de la oración que Lama Tsongkhapa escribió al final de su Gran tratado sobre las etapas del camino hacia la iluminación:
«Donde no hayan llegado las enseñanzas más preciosas o allí donde, tras llegar, hayan declinado, que con gran compasión y una mente fervorosa, revele este tesoro de felicidad y ayuda».
Tras conceder los permisos relacionados con el cuerpo, la palabra y la mente de Manyushri, Su Santidad dirigió a la congregación en la recitación conjunta del mantra Om ara patsa na dhih, seguida de una estimulante repetición de la sílaba dhih.
A continuación, Su Santidad pronunció la transmisión oral de una oración a los ocho Budas de la medicina que él mismo había compuesto.
Se ofreció un mandala de agradecimiento y la ocasión concluyó con el conmovedor coro de cientos de voces de monjes que, en tonos sonoros, recitaron la Oración de Dedicación del final del Gran tratado sobre las etapas del camino hacia la iluminación.