The Washington Post, Opiniones, 13 de junio de 2016
Por el Dalái Lama
(El decimocuarto Dalái Lama, Tenzin Gyatso, es el líder espiritual del Tíbet. Desde 1959, vive en el exilio en Dharamsala, en el norte de la India.
Han pasado casi seis décadas desde que dejé mi tierra natal, el Tíbet, y me convertí en un refugiado. Gracias a la amabilidad del gobierno y del pueblo de la India, los tibetanos encontramos un segundo hogar donde vivir con dignidad y libertad, capaces de mantener viva nuestra lengua, cultura y tradiciones budistas.
Mi generación ha sido testigo de mucha violencia, algunos historiadores estiman que más de 200 millones de personas murieron en conflictos en el siglo XX.
Hoy, no se vislumbra el fin de la horrible violencia en Oriente Próximo, que en el caso de Siria ha provocado la mayor crisis de refugiados en una generación. Los terribles ataques terroristas —como lamentablemente se nos ha recordado este fin de semana— han creado un temor profundamente arraigado. Aunque sería fácil sentir una sensación de desesperanza y desesperación, es aún más necesario ser realistas y optimistas en los primeros años del siglo XXI.
Hay muchas razones para tener esperanza. El reconocimiento de los derechos humanos universales, incluido el derecho a la libre determinación, se ha ampliado más allá de lo imaginado hace un siglo. Existe un consenso internacional cada vez mayor en apoyo de la igualdad entre los géneros y el respeto de la mujer. Especialmente entre la generación más joven, hay un rechazo generalizado de la guerra como medio para resolver problemas. En todo el mundo, muchos están haciendo un trabajo valioso para prevenir el terrorismo, reconociendo la profundidad de los malentendidos y la idea divisiva de «nosotros» y «ellos» que es tan peligrosa. Las reducciones significativas en el arsenal de armas nucleares del mundo significan que establecer un calendario para nuevas reducciones y, en última instancia, la eliminación de las armas nucleares —un deseo que el Presidente Obama reiteró recientemente en Hiroshima, Japón— ya no parece un mero sueño.
La noción de victoria absoluta para un bando y de derrota para otro es totalmente anticuada; en algunas situaciones, después de un conflicto, el sufrimiento surge de un estado que no puede describirse ni como guerra ni como paz. La violencia inevitablemente incurre en más violencia. De hecho, la historia ha demostrado que la resistencia no violenta da paso a democracias más duraderas y pacíficas y tiene más éxito en la eliminación de regímenes autoritarios que la lucha violenta.
No basta con rezar. Hay soluciones para muchos de los problemas a los que nos enfrentamos. Es necesario crear nuevos mecanismos de diálogo, junto con sistemas de educación para inculcar valores morales. Éstos deben basarse en la perspectiva de que todos pertenecemos a una sola familia humana y que juntos podemos adoptar medidas para hacer frente a los desafíos mundiales.
Es alentador que hayamos visto a muchas personas comunes y corrientes de todo el mundo mostrar gran compasión por la difícil situación de los refugiados, desde los que los han rescatado del mar hasta los que los han acogido y les han brindado amistad y apoyo. Como refugiado, siento una fuerte empatía por su situación, y cuando vemos su angustia, debemos hacer todo lo que podamos para ayudarlos. También comprendo los temores de las personas de los países de acogida, que pueden sentirse abrumadas. La combinación de circunstancias llama la atención sobre la importancia vital de la acción colectiva para restaurar la paz genuina en las tierras de las que estos refugiados huyen.
Los refugiados tibetanos tienen experiencia de primera mano sobre cómo vivir en esas circunstancias y, aunque todavía no hemos podido regresar a nuestra patria, estamos agradecidos por el apoyo humanitario que hemos recibido a lo largo de los decenios de manos de amigos, incluido el pueblo de los Estados Unidos.
Otra fuente de esperanza es la cooperación genuina entre las naciones del mundo hacia un objetivo común evidente en el acuerdo de París sobre el cambio climático. Cuando el calentamiento global amenaza la salud de este planeta que es nuestro único hogar, es sólo considerando el interés global más amplio que los intereses locales y nacionales serán satisfechos.
Tengo una conexión personal con esta cuestión porque el Tíbet es la meseta más alta del mundo y es un epicentro del cambio climático mundial que se calienta casi tres veces más rápido que el resto del mundo. Es el mayor depósito de agua aparte de los dos polos y la fuente del sistema fluvial más extenso de la Tierra, crítico para las 10 naciones más densamente pobladas del mundo.
Para encontrar soluciones a la crisis ambiental y a los conflictos violentos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI, necesitamos buscar nuevas respuestas. Aunque soy un monje budista, creo que estas soluciones van más allá de la religión en la promoción de un concepto que yo llamo ética secular. Este es un enfoque para la educación basado en los hallazgos científicos, la experiencia común y el sentido común, un enfoque más universal para la promoción de nuestros valores humanos compartidos.
Durante más de tres décadas, mis conversaciones con científicos, educadores y trabajadores sociales de todo el mundo han revelado preocupaciones comunes. Como resultado, hemos desarrollado un sistema que incorpora una educación del corazón, pero que se basa en el estudio del funcionamiento de la mente y las emociones a través de la erudición y la investigación científica en lugar de la práctica religiosa.
Dado que necesitamos principios morales (compasión, respeto por los demás, amabilidad y responsabilidad) en todos los campos de la actividad humana, estamos trabajando para ayudar a las escuelas y universidades a crear oportunidades para que los jóvenes desarrollen una mayor conciencia de sí mismos, aprendan a manejar emociones destructivas y cultiven habilidades sociales. Esa formación se está incorporando en los planes de estudios de muchas escuelas de América del Norte y Europa. Estoy colaborando con la Universidad Emory en un nuevo plan de estudios sobre ética laica que se está introduciendo en varias escuelas de la India y los Estados Unidos.
Es nuestra responsabilidad colectiva garantizar que el siglo XXI no repita el dolor y el derramamiento de sangre del pasado. Debido a que la naturaleza humana es básicamente compasiva, creo que es posible que dentro de unas décadas veamos una era de paz, pero debemos trabajar juntos como ciudadanos globales de un planeta compartido.